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"AVANZAR HASTA EL ALTAR DE DIOS".
1. OBJETIVOS:
- Conocer los valores que fundamentan la vocación del P. Luis Querbes.
- Conocer las amistades que el P. Luis cultivó en su adolescencia.
- Valorar nuestra afectividad y nuestra capacidad de hacer amistad con otros.
- Valorar la fe como elemento de apoyo, crecimiento y de integración de la afectividad.
- Conocer a San Ignacio y su obra y cómo influye en el P. Luis Querbes.
2. TRABAJO PERSONAL:
2.1 Oración:
- Después de un rato de silencio lee el siguiente texto :
Vida espiritual de los Clérigos de San Viator
La vida espiritual de los Clérigos de San Viator está caracterizada por su misión específica en la Iglesia y por las intenciones de su Fundador. El P. Luis Querbes se inspiró en el ejemplo de San Viator y en la espiritualidad ignaciana. Manifestó una devoción especial a la Eucaristía, a la Palabra de Dios, a la Iglesia y a la Virgen María. Por esto, la oración personal y comunitaria de los Clérigos de San Viator se caracteriza por los elementos siguientes:
a) la celebración de la liturgia;
b) la escucha y meditación de la Palabra de Dios;
c) la participación en la oración del Pueblo cristiano;
d) la devoción a la Madre de Dios.
OREMOS
Ayúdanos, Señor, a descubrirte en la celebración de la liturgia, la escucha y meditación de la Palabra de Dios, en la participación en la oración del Pueblo Cristiano, en la devoción a la Madre de Dios y que te vea en mis hermanos de comunidad.
2.2 Lee el siguiente documento. Puedes subrayar, o anotar al margen tus impresiones.
SAN IRENEO, EL SEMINARIO MAYOR
En septiembre de 1812, Luis formula de esta manera su petición para quedar exento del servicio militar obligatorio: “Yo, el que suscribe, clérigo de la iglesia de San Nicecio, declaro que mi intención ha sido y será siempre la de consagrarme al estado eclesiástico”. La escritura viva, de trazos seguros y la firma con adornos traducen esta fuerte seguridad:... “ha sido y será siempre.”
El 31 de octubre de 1812, ingresó en el seminario de San Ireneo.
En el seminario, situado en la Croix-Paquet, en la orilla derecha del Ródano, estaba formado por varios edificios, pero era muy pequeño para el número de seminaristas que albergaba. Los seminarios menores de la diócesis tenían contingentes cada vez mayores de alumnos. En 1816 se debió establecer incluso un año de teología en un seminario menor porque San Ireneo estaba demasiado lleno. A comienzos de 1812, contaba con 262 seminaristas, de los cuales 108 en primer año.
Este reclutamiento sacerdotal intenso, que no era exclusivo de la diócesis de Lyón, permitía rehacer las filas del clero, que había pasado mal el período revolucionario. Incluso podía permitirse el lujo de no aceptar a todos los candidatos. El Señor Bochard, vicario general, escribe al Cardenal Fesch: “Acabamos de salir de la ordenación en la que se ha conferido el sacramento a 48 sacerdotes. Podíamos haber tenido algunos más, pero se ha pensado dejarlos para más tarde”.
Tras la supresión de la Compañía de San Sulpicio por Napoleón (1811), los sacerdotes diocesanos se encargaron del seminario bajo la dirección del Señor Filiberto Gardette. Formados por los sulpicianos, continuaban con su espíritu y sus métodos. Tres de ellos apenas tenían 24 años y sólo uno de sacerdocio: Simon Cattet (dogma), Juan Choletton (moral) y Juan María Miolan.
La enseñanza en los seminarios de la época no se caracterizaba, en general, por la apertura a la sociedad contemporánea ni por la investigación o la innovación. Se contentaban con recitar los manuales empleados en el siglo XVIII. Según Juan Soulcié, que ha hecho un estudio sobre San Ireneo, lo esencial de los cursos en Lyón consistía en la enseñanza cotidiana del dogma y de la moral, en dos lecciones de Sagrada Escritura por semana, sin examen, y en clases de canto. Nada de Derecho Canónico ni de historia. Durante las comidas se solía leer un libro de historia. Durante el tercero y último año se daba una formación más práctica acerca de la pastoral, la predicación, la liturgia.
Los ocho tomos del manual de base (Theología Dogmática et Moralis de Bailly), completados por las notas dictadas en latín, exigían de los seminaristas un gran trabajo en el que la memoria ocupaba un lugar importante.
La observancia rigurosa de los ejercicios de piedad era uno de los pilares de la formación, tan importante como la enseñanza o quizá más. Oración, oficio, lectura espiritual, examen particular, oraciones diversas, habituaban a la práctica de una piedad muy reglamentada. El seminario quería moldear buenos sacerdotes.
17 DE DICIEMBRE DE 1816. EL SACERDOCIO
Luis debió sacar buen provecho de sus aptitudes. Obtuvo buenas notas. En julio de 1813 en una escala sobre diez notas, venía clasificado en el cuarto lugar superior “bene”, con dieciséis de sus camaradas. Ciertamente hay nueve con mejores menciones, pero hay setenta y uno que vienen detrás de él.
Luis había ingresado en San Ireneo con sus amigos Steyert y Rabut, y allí conquistó otros amigos: Vicente Pater, Claudio Huert, Fernando Donnet, Domingo Dufete. Según las cartas que conservamos, no parece haber mantenido vínculos particulares con Juan Claudio Colin o con Marcelino Champañat fundadores de la Sociedad de María, Padre y Hermanos Maristas. En cambio, sí mantiene vínculos con el gracioso Donnet, cuyos chistes o gracias descritos en el diario del seminario fueron cuidadosamente tachados cuando llegó a ser Cardenal Arzobispo de Bordeaux. Un antiguo compañero de habitación, Lavalette, recordará a Luis: “quiero recordar contigo aquella ligera interrupción del silencio nocturno, cuando por la noche, en la cama, nos divertíamos a costa de algunos pobres diablos. Escríbeme, querido amigo, cuéntame muchas cosas, no temas detalles minuciosos. Ya sabes que tú eres muy perezoso para escribir. Tómate varios días y no escatimes. Tienes talento para decir bien las cosas, aunque sea de paso” (1815). Digámoslo también de paso, se comprende que la rígida disciplina hiciera saltar de vez en cuando algunas válvulas de seguridad.
Hugo Favre, que le conoció bien, dice: “realizó con éxito brillante sus estudios teológicos, a pesar de su mala salud que lo condenaba cada año a frecuentes intervalos de descanso en su familia”.
Hacia esta época se habían creado entre los sacerdotes y los seminaristas de la diócesis una corriente hacia la Compañía de Jesús, cuyo noviciado se abrió en París en julio de 1814. Parece que también Luis fue sensible a esta corriente. El 22 de septiembre de 1815 Deplace le escribe estas palabras: “¿Cómo va tu asunto?, ¿avanza? Mi Hermano Esteban ha obtenido su libertad (para ingresar en los jesuitas) y probablemente tú lo sabes ya. Nos lo ha escrito sin decirnos que se ha decidido por Belley”.
Existía un proyecto de abrir en Belley un colegio dirigido por los jesuitas. Un diácono, un tal Soviche, que había entrado en la Compañía, escribía a Luis tratándole como “mi querido amigo y hermano en J.C y en San Ignacio” (29 de octubre de 1815).
Hugo Favre cuenta en sus recuerdos que, Luis “debió renunciar al designio que tenía y que ya había comenzado a ejecutar por su parte. Porque había ido al noviciado recientemente abierto por los jesuitas en Montrouge(París)”. Es posible que aquí haya una confusión y que, en lugar de leer Montrouge, haya que leer Belley. Los Vicarios generales habían tomado las precauciones para evitar la migración de sus sujetos. Parece más razonable que fuera Belley, que entonces formaba parte de la diócesis, que a la capital.
El tiempo corría. Luis había recibido las órdenes menores el 18 de diciembre de 1812. Recibió el subdiaconado el 23 de junio de 1815 de manos de Monseñor Simon, Obispo de Grenoble. En la misma ceremonia Juan Claudio Colin, Marcelino Champagnat y Juan María Vianney fueron ordenados diáconos. Como había terminado la teología, pero no tenía la edad requerida para recibir el diaconado, dejó el seminario para ir a San Nicecio, a la escuela clerical, pero esta vez como profesor. Era corriente que algunos seminaristas, mientras esperaban sus órdenes, fueran empleados en una institución de enseñanza. En el siglo XVII, un sacerdote de Lyón, Carlos Démia, había creado las pequeñas escuelas de los curas donde enseñaban los seminaristas. Estas escuelas duraron hasta le revolución.
El 20 de junio de 1816, el superior del seminario le informó que debía presentarse al diaconado y al retiro preparatorio. La ceremonia tuvo lugar el 21 de julio de 1816.Oficiaba Monseñor Dubourg, Obispo de Louisiana, que estaba de paso en Lyón. La víspera de la ordenación, obedeciendo al consejo de su director, Luis redactó “sus sentimientos y sus resoluciones”. Después de haber expresado su temor ante la dignidad que le va a revestir y lo indigno que él se reconoce a causa de sus “iniquidades pasadas” .Y a sus “defectos presentes y especialmente una gran sensibilidad y una vinculación demasiado viva” que siente hacia sus familiares, detalla sus resoluciones. Se refieren sobre todo a sus ocupaciones y a los ejercicios de piedad diarios. Formula también las gracias que desearía recibir: “Pido al Espíritu Santo que ha de descender sobre mí, especialmente, el espíritu de fortaleza y de vigor, que son las virtudes principales del diácono; el espíritu de recogimiento y oración para preservarme de los peligros de la disipación, hacia la que me arrastra la excesiva libertad que tengo; el espíritu de humildad y de dulzura para comportarme como conviene con mis superiores y con mis semejantes, para reprimir mi acritud, para alegrar mi semblante sombrío y monótono, para alejar las ideas tristes que me persiguen”.
Fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1816 por Monseñor Dubourg. Entre los 9 nuevos sacerdotes se encontraban sus amigos Huet y Steyert. Es una pena que no haya ningún documento que nos recuerde los sentimientos que tuvo ese día.
EL SEÑOR QUERBES, COADJUTOR
A petición del Señor Besson, párroco de San Nicecio, el sacerdote Querbes, Señor Querbes como se decía entonces, fue nombrado coadjutor en esta parroquia. No era raro ver un coadjutor nombrado a su parroquia de origen. Antes que él lo habían sido los señores Ribier y Linsolas. Lo más sorprendente era ver un coadjutor tan joven en una parroquia urbana. Parece que el Padre Querbes no deseó ese nombramiento. Fue necesario que Guido Deplace le instara amistosamente a aceptarlo: “Me han dicho que estás pensando librarte de ese peso. Entiendo todas tus razones; incluso me atrevo a decir que nadie las sabrá apreciar mejor que yo, y, sin embargo, amigo mío, me parece que debieras intentarlo. El Señor Besson ha hablado de usted al Señor Courbon (vicario general) como de alguien sobre quien tiene ciertos derechos. Reflexione bien, medite bien el paso que va a dar, pese bien las consecuencias al pie de la cruz” (5 de diciembre de 1816).
Los sacerdotes de San Nicecio ocupaban un lugar un poco especial en la diócesis, no tanto por sus opiniones políticas (la mayoría de los eclesiásticos eran partidistas del restablecimiento de los Borbones y de la vinculación estrecha entre el trono y el altar) sino por el punto sensible de las relaciones entre la Iglesia de Francia y el Papado. Una buena parte del clero, formado antes de 1789, era galicano, es decir, partidario de un reconocimiento por Roma de algunos derechos de la Iglesia de Francia. El manual de teología que se utilizaba en San Ireneo era galicano. Por esto fue puesto en el Indice de 1852. Con el Señor Besson, San Nicecio había tomado una postura contraria. Él sostenía que la intervención del Papa en la administración de la Diócesis era legítima, cuando el Cardenal Fesch, exiliado en Roma a la caída de Napoleón, no quería dimitir de su Sede.
El Señor Besson fue encargado de editar la obra de José de Maitre, Du Pape. Habiendo constatado algunos fallos en el manuscrito acudió a Deplace. De los diálogos y la colaboración que se siguieron, nació la obra en 1819. El libro tuvo una gran difusión. Su tesis es muy sencilla: La Revolución ha arruinado los tronos y ha engendrado la desgracia de los pueblos. Un trono ha quedado en pie: el del Papa. Por consiguiente, alrededor de él es donde se restablecerán la religión, la moral, la sociedad, las naciones. Por consiguiente, la supremacía del Papa se impone a las Iglesias locales y a los estados. Es el comienzo del ultramontanismo, la postura de los que miran más allá de las montañas hacia Roma. El ultramontanismo se opone al galicanismo. Moviliza a los jóvenes sacerdotes, pero también a los menos jóvenes como Lamennais. ¡Ser moderno en aquel tiempo era estar con Roma!
No se trata solamente de una discusión teológica en la calle. Los progresos del ultramontanismo van a aportar a la religión, tal como se practicaba en Francia, una piedad más ferviente, los comienzos de “la comunión frecuente”, menos rigorismo. La teología moral de Alfonso de Ligorio va a deshelar lo que queda de jansenismo en Francia. Pero pasará mucho tiempo...
En San Nicecio, junto a las personalidades que encontró allí, el Señor Querbes completó felizmente la formación recibida en el seminario. Durante toda su vida fue un ultramontano convencido.
El joven coadjutor era responsable de la escuela clerical, o más bien, según dice el Señor Besson, “de la alta vigilancia” de la escuela. Las tareas ordinarias se confiaban normalmente a maestros o a seminaristas que esperaban su ordenación.
Lo esencial de su tarea era “el santo ministerio”: catecismo, predicación, administración de los sacramentos, visitas a los enfermos, entierros, confesionario, dirección espiritual, participación de las ceremonias de algunas de las hermandades, etc.
El Padre Querbes predicaba. Lo hacía con voz fuerte y, según la época largamente. Ha conservado sus textos. Al principio, completamente redactados, se convertirían más tarde en esquemas detallados. Los temas son los que se trataban habitualmente en esta época: la religión, la dignidad y los deberes del cristiano, la perseverancia, la frecuencia de los sacramentos, los peligros del mundo, el fin último, la devoción a la Santísima Virgen, a la pasión de Cristo, etc.
Por su talento lo llamaron a predicar fuera de la parroquia, por ejemplo en San Lorenzo de Chamousset donde levanta la voz contra la “sesión de baile”(la fiesta votiva era ocasión de bailes). En Irigni, donde participa en una de estas misiones que la restauración había generalizado. Quizá participó también en otras. Un relato de su propia mano podría atestiguarlo.
Todos los testimonios y la correspondencia de la época concuerdan en afirmar la acogida que el Señor Querbes reservaba a los pobres, a los que necesitaban su ayuda o su servicio. Se le escribía para pedirle un consejo, una intervención, para recomendarle a una viuda sin recursos, un joven en peligro, un seminarista pobre. Intervenía y sacaba de su bolsillo, que no debía ser muy grande.
Este dinamismo, esta abnegación pastoral, hubieran podido conducirlo a puestos de mucha mayor responsabilidad. Durante el verano de 1818 fue recibido en Issy, cerca de París, en la casa de los sulpicianos. Sin embargo, no entró en la Compañía. En 1822, recibió del arzobispo una proposición halagadora: en Tours se deseaba implantar una rama de los misioneros diocesanos que existían en Lyón (los cartujos). Proponían al Padre Querbes tomar la dirección de estos misioneros. Hugo Favre cuenta su reacción:
- “¿Es una orden que me dan?
- No, se ha pensado en Ud. porque es capaz de este ministerio; pero es libre para aceptar o rehusar.
- En este caso, le suplico que nombre a otro y que me permita quedarme en mi diócesis”.
El Señor Donnet aceptó la misión con el Señor Dufetre. Ellos comenzaron allí su camino hacia el episcopado. No faltarían oportunidades al coadjutor de San Nicecio, para ascender los escalones de la brillante carrera que sus capacidades y su celo le harían merecer. El 25 de octubre de 1822 fue nombrado a la parroquia-sucursal de Vourles.
2.3 PREGUNTAS PERSONALES
1) ¿Qué ha significado en tu vida la amistad?
2) ¿Has tenido amigos que te hayan marcado en tu fe? ¿ Qué valores ha fomentado y te ha ayudado a crecer esa amistad ?
3) ¿Cómo defines tu fe?
4) ¿Qué recuerdas de tu adolescencia? ¿Qué hechos te marcaron?
5) ¿Qué piensas de la V. Religiosa, el sacerdocio y la vida matrimonial?
2.4 Complementación doctrinal
La Compañía de Jesús.
Llama la atención la relación que existe entre los acontecimientos ocurridos durante los primeros años de Iñigo y aquellos en los que tomó parte después. Vino al mundo precisamente cuando se levantaba el telón de uno de los mayores cambios de la historia. Tres sucesos lo anunciaron:
Primer suceso: la toma de Granada (1492). El Islam había sido expulsado de Europa Occidental, pero la media luna seguiría intentando enclavarse en el Este, obligando a Carlos V a una guerra de usura contra Solimán. Esta guerra impediría a Ignacio y a sus compañeros realizar el viaje que tenían planeado a Jerusalén, aunque guardaría vivo el deseo de enviar a los suyos a la tierra de Cristo, para llevar el Evangelio al Islam.
Segundo suceso: Cristóbal Colón descubre América (1492), Vasco de Gama abre la ruta de las Indias (1497). El mundo se ampliaba incitando a los Apóstoles a partir. El mismo año en que la Compañía era aprobada por el Papa Pablo III;
Francisco Javier partía para las Indias (1541), Japón y si era posible China. Poco después un grupo de Jesuitas se embarcaba para Brasil (1546)
Tercer suceso: 1506 las guerras de Italia. El fenómeno del Renacimiento se extendió por toda Europa. Se ignora el interés que pudo tener para Ignacio en la construcción de San Pedro de Roma o en la decoración de la capilla Sixtina a cargo de Miguel Ángel. Pero es evidente que éste contemporáneo de Rabelais, formado en escuela de París, captó muy rápidamente la importancia de la cultura profana y de las humanidades, para adecuar el Evangelio al nuevo tiempo que nacía. Todas estas iniciativas, suscitadas por los acontecimientos de la época, estaban ordenados a un mismo fin que era: la Reforma de la Iglesia.
En efecto se vivía la hora de la reforma; Erasmo y Lutero habían nacido poco antes que Ignacio y éste por su parte contra viento y marea, sospechoso también de herejía durante quince años y entregado a los inquisidores por la novedad de sus Ejercicios Espirituales, trabajaría incansablemente por la reforma de la Iglesia, pero desde el interior de ella.
San Ignacio a través de la Fundación de la Orden de los Compañeros de Jesús (1540), aportó al mundo y a la Iglesia una novedad, que tiene como fuente una profunda renovación espiritual (Ejercicios Espirituales), se alimenta de una atención vigilante a las necesidades de los tiempos y se manifiesta en una absoluta fidelidad a la Iglesia, por medio de una obediencia total al Vicario de Cristo (Papa).
En 1556 se dio una coincidencia: la abdicación de Carlos V y la muerte de Ignacio de Loyola. El imperio se desmembró, pero el millar de jesuitas existentes había sobrepasado ya las fronteras de dicho imperio. Se hallaban repartidos "por toda la faz " de la tierra, en donde existen hombres "en tanta diversidad, así de la tierra, como en gestos, unos blancos y otros negros, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo".
Los jesuitas eran enviados allí donde la necesidad era más urgente y más universal. El discernimiento de estas necesidades se hacía desde una pequeña habitación de Roma en la que durante quince años consecutivos, hasta su última noche, agobiado por la preocupación de satisfacer una demanda superior a la que él podía ofrecer, Ignacio se había dedicado a escrutar los signos de los tiempos.
3. TRABAJO GRUPAL
- Oración de comienzo de la reunión.
- una dinámica si procede.
- Puesta en común de las respuestas del trabajo personal.
- Oración final (Dar gracias, pedir perdón, pedir ayuda...)
4. EVALUACIÓN
1) Da tres características de la personalidad de San Ignacio.
2) ¿En qué número de los R.R.G.G. de los Clérigos de San Viator aparece la referencia a la espiritualidad ignaciana?
3) Escribe las fechas importantes de la vida del P. Querbes que aparecen en este capítulo.
4) Escribe tres rasgos de la personalidad del P. Querbes que aparecen en este capítulo.