martes, 17 de noviembre de 2015

CAMINANDO CON LUIS QUERBES 12

12

"PRODUCIR EL CIENTO POR UNO ".

1.      OBJETIVOS :

-           Profundizar en la personalidad del P. Querbes.
-           Conocer el carácter solidario del P. Querbes.
-           Valorar las virtudes "ordinarias" del P. Querbes.
-           Conocer el espíritu de oración del Fundador.
-           Conocer el pensamiento del Fundador sobre la Palabra y  La Eucaristía.

2.      TRABAJO PERSONAL.

2.1 Oración:

            Después de un rato de silencio lee lo siguiente:

            " No perderá ocasión de evangelizar a Jesucristo, sobre todo a los pobres".
            " Esta sociedad contribuye a formar la juventud".
                 " Forma desde temprana edad en piedad y letras a la juventud de la clase humilde.
                                       P. Querbes.

            OREMOS:

            Acordáos ¡ oh glorioso San Viator! - que habéis sido escogido para ser nuestro modelo y nuestro protector. Haced que crezcamos en número - y más aún en las virtudes propias de nuestra santa vocación; despertad en nosotros el celo que teníais por la enseñanza de la doctrina cristiana y el servicio del santo altar, para que así podamos extender el reinado de Jesucristo en las almas, permanecer fieles a nuestras obligaciones, y merecer la dicha de cantar eternamente las misericordias del Señor.  Amén.

2.2  Lee el siguiente documento y fíjate en los rasgos personales del P. Querbes, subrayando y marcando los que consideres importantes.

LA CORTEZA

            Carlos Saulin, que conoció la Padre Querbes, lo describe así: “Era alto y delgado. Hacia los cuarenta comenzó a engordar, cosa que le fatigó mucho al final de su vida. Frente ancha y despejada; ojos grises, vivos, escrutadores e imperativos; nariz tanto, gruesa, lo mismo que los labios. Cara ovalada, tez un tanto morena con pequeños restos de viruela; una voz vibrante y firme”. Una ficha descriptiva, hecha en 1850 le da una talla de  1,77 metros, la estatura por encima de la media de los hombres del siglo XlX.

            “Iba siempre sin sombrero con un sencillo solideo” (Sra. Testenoire). “Siempre vestido de un modo muy sencillo y que en otro hubiera parecido descuidado” completa Carlos Saulin. Parece querer piadosamente excusar el modo de vestir poco cuidado del Fundador, mientras que Pedro Robert, un historiador preocupado por la verdad y que ha conocido testigos, habla de “su sotana – una de sus viejas sotanas que llevaba  habitualmente incluso de viaje, toda brillante y arrugada; con el brazo derecho remangado (era una vieja costumbre en él); su cinturón en lugar de estar liso, quedaba casi enrollado alrededor del cuerpo; sus cabellos descuidados, se mueven al capricho del viento.”

            Otro testigo, Francisco Favre anota: “Para el Padre Querbes, la economía era un principio que practicaba en sí mismo con el mayor rigor. Nada de rebuscado en su persona, vestido con la misma calidad de paño que sus Hermanos, compartiendo en la mesa con ellos los mismos alimentos”.

            Contrariamente a una descripción hagiográfica que lo describe tan fuerte como los robles de su país natal, Luis Querbes estuvo enfermo en varias etapas de su vida: en el seminario, en el tiempo de la fundación y más tarde, hasta que una diabetes se lo llevó. Pero llegamos a saber esto solamente  por la correspondencia recibida. En cambio en sus cartas resulta muy discreto: “No era una persona que se preocupaba” (Hugo Favre). Una vez, durante su último año, habla un poco más extensamente y aún en este caso es sobre todo para atribuir una mejoría en la enfermedad a la intercesión de la Virgen María y para hablar con humor de su descreído doctor.

EL CORAZÓN

            Todos los relatos de los contemporáneos concuerdan en las capacidades intelectuales de Luis Querbes. Eran sólidas, incluso brillantes. Una inteligencia “pronta y segura”; un juicio “seguro, recto, exquisito, sólido”; una memoria “feliz, excelente”; un espíritu “penetrante, fino”; un gusto “pronunciado por el estudio”. Se ha visto que supo sacar partido de su capacidad gracias a profesores competentes especialmente Guido María Deplace. Éste se lamentaba, por otra parte, de que Luis Querbes, “lanzado tan joven al ejercicio de un ministerio tan laborioso, no hubiera podido cultivar a su gusto los maravillosos  talentos con que la Providencia le había enriquecido” (Sanquin). Quizá Deplace soñaba con verle un día convertido en un buen apologista de la Iglesia, en una época en que se necesitaban. Desde luego tenía la pluma suficientemente ágil como para constituirse en heraldo de una causa justa. En cambio, llegó a ser el iniciador de una sociedad de maestros   de escuela.

            Según un testimonio “escribía fácilmente, incluso en verso. Dominaba perfectamente el latín, el griego, el inglés, el italiano. Conocía las matemáticas, la aritmética en todas sus partes, el derecho comercial, la teneduría de libros (de cuentas) que él mismo solía enseñar. Era sobre todo excelente en teología, en derecho canónico y en historia eclesiástica. Cuando quería  descansar, divertirse, se ocupaba en solucionar un problema difícil de aritmética o de álgebra, o bien en componer una poesía. Le gustaban todo tipo de estudios y era feliz cuando daba conferencia a los Hermanos sobre enseñanza primaria o sobre los métodos. Se sentía feliz cuando en los exámenes encontraba a alguien capaz de hacerle frente”.

            Era muy alegre, vivaz, dinámico, rotundo” recuerda Carlos Saulin y lo confirma el sacerdote  Bouvard,  que fue párroco en Vourles en 1866: “De carácter alegre, de humor chistoso y cáustico, pero nunca malo. El Padre Querbes era excelente en el arte de tomar el pelo; animaba como nadie una conversación, una reunión de amigos”. Juan Pedro Blein es uno de los Hermanos  que dejó honda huella  en el tiempo de la fundación, y confirma también este rasgo: “Algunos de sus condiscípulos en el clero lo encontraban demasiado picarón, mordaz y un poco burlón. Ignoramos si han querido hacer de esto un defecto o una imperfección o si han querido expresar la vivacidad que ponía siempre en la defensa  de las buenas causas. Lo que sabemos es que estaba dotado de una agudeza al responder y sobre todo de la palabra oportuna sin par que dejaba mudos a sus adversarios”. Los testimonios convergen: Luis Querbes tenía la respuesta fácil y la reacción rápida. Él mismo, por otra parte, no tiene dificultad de hablar de ello: “Recomiéndeme frecuentemente en el santo altar, escribe a Carlos Faure, para que finalmente llegue a triunfar de la petulancia de carácter que usted conoce en mí. Yo creo que si doy menos pruebas es porque me faltan las ocasiones” (18 de enero de 1840). Se diría que casi lo añora...

            Pero no siempre le faltaron las ocasiones. Un joven hace ruido durante la celebración. Lo echa. Otro, contrariamente a las costumbres, se ha sentado en la Iglesia al lado de las mujeres. Lo apostrofa.  Un anticlerical lo insulta en una calle de Lyon. Inmediatamente va hacia él, le replica y le tira de la barba – en otra versión de la escena le da una bofetada.

            Se comprenderá que algunos Catequistas cuyo comportamiento dejaba que desear, hubieran tenido que vérselas con sus vivas reacciones. Alguien le pide que no lo “acose” demasiado ¡para no despertar su gastritis! Otro se queja de recibir de su parte demasiadas verdugadas (actuaciones de verdugo).

            Pero aunque la corteza sea un poco áspera, el corazón es de oro y los testimonios son todavía más explícitos en este punto que respecto a la chispa del humor, incluso en aquellos que más de una vez han tenido altercados con él. “Si usted quisiera olvidar este pasado, le escribe un catequista que ha cometido disparates y acordarse solamente de esa bondad paternal que le caracteriza, me sentiría muy dichoso” (13 de abril de 1837). Juan Pedro Blein más tarde se acuerda del Padre Querbes en estos términos: “Hemos visto a menudo en sus visitas a las escuelas que temía hacer sufrir. Y en las visitas a las Parroquias era de una reserva y de una modestia que se hubieran tomado por timidez exagerada. Te escuchaba con paciencia, recogía tus confidencias, sufría con tus penas, se identificaba con tus desgracias, buscaba y a menudo encontraba el remedio para el mal. Y ciertamente no regateaba,  no medía los sacrificios para aliviarte. Puedo decir que jamás rehusó su ayuda a las personas necesitadas que se dirigieron a él, y desafío a cualquiera  a demostrar lo contrario.”

            Si su palabra es viva, en cambio sus escritos son mesurados, ponderados, discretos, al menos en las cartas que se conservan. Pero el muestrario de los corresponsales es suficientemente amplio para incluir en él algunos bastantes necios. El inefable  Jaime Damoisel, antiguo religioso de la Cruz de Jesús bajo el nombre de Hermano Fortunato, ha despojado la escuela que se le había confiado como catequista. En vez de venir a la reunión anual, va a hacer el retiro a su antigua comunidad. Reacción del Padre Querbes: “Cediendo a malos consejos, en lugar de responderme, ha ido usted a la Cartuja[1] para hacer allí un retiro mientras ocupará a su director en sus miserables intereses temporales. Prepara una nueva cabezonada. Le advierto que tarde o temprano se arrepentirán, usted y todos los que le han aconsejado, sean los que sean; usted querría ser un Hermano Fortunato, es decir pasar por tal y hacer lo que le da la gana disponiendo a su antojo y preparándose el futuro y la vejez de un pequeño rentista. Todo esto es una quimera, querido amigo. Desde que está bajo el yugo de la regla usted no se ha cansado de ella hasta que ha escuchado consejos insensatos. Usted me conoce, venga de nuevo si quiere y me encontrará como siempre, es decir, lleno de ternura hacia usted y deseando que no entierre lo que Dios le ha confiado”  (12 de octubre de 1836).

          Una buena parte de la correspondencia con el Padre Faure está hecha de pacientes advertencias, de palabras de ánimo amistosas y  de anotaciones prácticas que desean ayudar a Carlos Faure a vencer sus ilusiones y sus veleidades. Pero los esfuerzos y la paciencia del superior no fueron recompensados.

            Le ocurre incluso tener que pagar personalmente. Un solo ejemplo: ha sabido que un religioso dominico italiano, en ruptura con su comunidad, se ha refugiado en Ginebra y va a convertirse al Protestantismo. Va a Ginebra, paga sus deudas, trae a casa al fugitivo, lo alberga en Vourles durante siete meses, lo reconcilia con la orden. Más tarde, el dominico que llega a ser superior de un convento en Holanda recuerda con nostalgia el tiempo pasado en Vourles.

          Como era “a menudo, víctima de su gran bondad y de su generosidad, a veces, muy por encima de sus modestas posibilidades” (Padre de Villefort) necesitaba provocar gestos generosos a su alrededor. Esteban Gonnet cuenta un hecho que pudo observar: Un domingo de Julio de 1854, después de la misa mayor, el Padre Querbes recibe a un refugiado español que viene a interceder a favor de su joven y pobre cuñada para encontrarle un establecimiento de educación. Inmediatamente, el Padre Querbes les acompaña a los dos al pensionado de las Hermanas de San Carlos de Brignais, expone la situación a la superiora y concluye apremiante:

            - Hermana, aquí hay una buena obra que hacer. Tiene que recibir gratuitamente a esta persona y tenerla aquí hasta que haya terminado su educación.

            - ¿Traerá por lo menos su ajuar?, pregunta la superiora.
            - Nada, Hermana, es necesario que la buena obra sea completa.

            La superiora aceptó. Esteban Gonnet concluye: “Eran casi las dos cuando regresó a Vourles. No había comido y había hecho todo este viaje con un calor tropical. Al entrar nos dijo: “Estoy más contento que si acabara de ganar 10.000 francos.”.

            La Señora Testenoire resume bien su actitud cuando habla de “esta desenvoltura original y firme, haciendo el bien un poco militarmente, pero no retrocediendo ante ningún peligro”. Era hija del Señor y la Señora Duclaux que pasaban en Vourles una parte del año. El Señor Duclaux, pintor de paisajes y de animales de la escuela lionesa, tiene algunas telas en el museo de bellas artes de Lyón. La Señora Testenoire sigue: “ (El Señor Querbes) venía diariamente a jugar a damas a casa del Señor Duclaux; en el ánimo de los dos jugadores reinaban siempre el ingenio y la alegría mordaz. Las santas Señoritas Comte y la  Señora Duclaux, todas ellas devotas del Padre Querbes y colaboradoras  en sus obras, se escandalizaban a menudo de la temeridad de su Párroco. A veces le recomendaban la prudencia para su sermón del domingo. Pero el Padre Querbes se reía de sus temores y hacía su sermón con su verbo habitual y aplicaciones diversas que hacían temblar a estas santas almas. Pero como un feligrés estuviese en apuros o una gestión fuera útil, allí estaba el párroco. Partía para Lyon y volvía siempre con el éxito deseado. tenía la autoridad del ser superior.”

        Este hombre activo que lleva de frente varias tareas: la parroquia, la dirección de una Congregación, escritos, es el sacerdote que suspiraba en 1828: “El tiempo pasa, tengo ya 36 años y no he hecho casi nada”. En el comentario de los  estatutos recomienda: “No debe haber un instante perdido o mal empleado en la jornada de un catequista. Es necesario que sus días sean llenos.” (1855). No cesa de repetir la misma idea en sus cartas a los espíritus ligeros o a los soñadores: “Uno se pierde en el  vacío cuando  se entrega a tantos  pensamientos. Más vale actuar. Incluso la oración  misma se convierte  fácilmente en ilusión cuando no desemboca diariamente en lo que hay  de más práctico en nuestra conducta” (4 de mayo de 1847). Perder el tiempo es malgastar lo que corresponde  a los demás,  es también dejar que pase un buen medio de ascética, mucho mejor que otras prácticas ilusas.

            Luis Querbes se beneficia pues, de sólidas cualidades humanas. A pesar de sus reacciones impulsivas, era capaz de controlarse en las dificultades y de volver a emprender el camino después del fracaso. Una vez decidido avanzaba,  lo que a veces debió complicar su vida, la de su Arzobispo y sin duda la de alguna persona frágil o hipócrita. Frente a la administración Francesa es un poco cuco, pero ¿qué francés no lo es al menos un poco? Y, a pesar de su saber y de su autoridad, supo permanecer siempre cercano a sus Hermanos, concreto, práctico. Sus cartas están tejidas de una gran cantidad de advertencias y de notas útiles. La madurez le ha dado una estatura moral que le permite ser osado. La ligera indecisión del joven, a la espera del porvenir, desapareció pronto. Ha necesitado mucha decisión y fuerza de carácter para lanzarse a la aventura de la fundación, una cierta audacia tranquila para imaginar la Sociedad de los catequistas y una gran dosis de tenacidad para llevar el asunto hasta el final. También ha necesitado mucha abnegación para dejar en el camino, como testigos, como dentelladas sobre las que podría proseguirse la construcción más adelante, ideas queridas, para soportar los golpes que no le vinieron solamente de los  enemigos, para olvidar un porvenir personal que hubiera podido ser brillante en la carrera eclesiástica.

LA SAVIA

            Entre los numerosos documentos que Luis Querbes ha dejado, no hay mucho escritos que puedan ser clasificados como “espirituales”. En las cartas, algunas raras confidencias en ciertas expresiones permiten adivinar algo de su relación con Dios. En su vida, ningún misticismo exacerbado, ninguna práctica excéntrica, ninguna visión, nada de artesas que se llenan de repente de pan. Solamente lo “ordinario”, esta es la palabra que emplea él mismo. Al Padre Faure, que sueña heroicidades y vías estrechas para llegar a la perfección, le replica: “He desaprobado a menudo en usted esa necesidad de plantearse sin cesar una pregunta ociosa, a saber: si debemos hacer profesión de tender a la perfección o de conseguirla, si  debemos poseer virtudes heroicas  u ordinarias. ¡Ay querido Padre, mientras hablamos mucho el tiempo pasa y no hacemos nada, prometamos menos y hagamos más! Ya tenemos bastante de qué ocuparnos con las virtudes del religioso: obediencia, castidad, espíritu de pobreza y virtudes de nuestro estado: fe, celo, humildad, pureza, amor al trabajo, a la soledad y al silencio. Comencemos por construir sobre estas virtudes que yo considero ordinarias (pues no se trata más que de entenderse) el edificio de nuestra salvación y de nuestra perfección y lo demás ya se nos concederá” (13 de mayo de 1841).

            El 23 de mayo de 1829, se presentó para su aprobación una versión de los estatutos. Todavía no existe ningún Catequista. El artículo 3 dice así: “las virtudes que caracterizan a un  verdadero Catequista son: una fe viva e ilustrada, un celo ardiente y desinteresado, la humildad, la pobreza, el amor al trabajo, a la soledad y al silencio”. A pesar de todas las modificaciones que los estatutos han conocido, desde 1829 hasta 1839, el artículo 3 ha quedado intacto, sólo el verbo “caracterizar” ha sido reemplazado por “distinguir”, esto quiere decir que ha sido sólido. En esta especie de retrato robot del Catequista, ¿cómo no  reconocer los rasgos de quien lo ha escrito? La base de toda la vida cristiana por donde Luis Querbes camina está en “lo ordinario” de la vida espiritual. Y en primer lugar, la fe, la esperanza, que en su tiempo se veía más bien bajo el aspecto de “confianza en Dios”, la caridad, que él llama con una palabra un poco envejecida, “celo”. Y él no camina de una manera mediocre.

            La fe. Sin una perspectiva de fe, su vida no tiene sentido. Su voto de castidad, su compromiso total en la realización de la Sociedad, toda su vida de sacerdote y de superior manifiestan su fe ¿Cómo habría podido consentir en revisiones reductoras de un proyecto en el que había puesto todo su corazón si no se hubiera apoyado en la fe?

La esperanza. En las dificultades, los obstáculos, los sufrimientos, Luis Querbes trata de guardar la confianza en la Providencia e invita a los catequistas a adoptar esa actitud: “¡Ánimo, no teniendo nada, no buscando nada, tendremos a Dios de nuestra parte!” (10 de noviembre de 1836). “Soy débil, pero más que  nunca lleno de confianza en Dios” (22 de agosto de 1838). “Contamos con la Providencia. No os inquietéis, Dios proveerá como en todo lo demás” (22 de febrero de 1842). “Dios es el dueño de los acontecimientos, aceptémoslos de su mano. Cuando os enteréis  (de algunas noticias) que esto no provoque en vosotros más que la expresión de la confianza y el abandono en manos de la providencia” (17 de marzo de 1848).

         Francisco Favre que vivió muy  cerca del  Fundador en la última etapa de su vida, nos dice: “Su falta de egoísmo era tan sincera y su confianza en Dios tan grande, que le gustaba llamar a sus Hermanos, los hijos de la Providencia de Dios, que ciertamente no les abandonaría nunca. El R. Padre Querbes tenía una absoluta confianza en la Providencia ¡Cuántas veces se le pudo ver sin recursos para sostener su obra, y siempre tranquilo y resignado, esperando un apoyo que a menudo le llegaba de alguna mano extraña y desconocida!” Carlos Saulin  termina el retrato que hace de él con estas palabras: “De una confianza sin límites en la Providencia. Su frase favorita era ésta: Dios proveerá”.

        Esta confianza en Dios le permitió tener también confianza en los hermanos, de los que tampoco dudaba, aunque a veces fue engañado. “Lo hemos visto con las lágrimas en los ojos,  se acuerda Francisco Favre, llorando de alegría y recibiendo con los brazos abiertos a los pobres Hermanos extraviados. Como buen padre generoso no volvía a recordar sus extravíos, les concedía la misma confianza y el mayor afecto”. ¿Tenía una idea demasiado elevada de la naturaleza humana? ¿No se daba cuenta de que todo el mundo no había vivido una historia como la suya que seguía una trayectoria privilegiada desde su juventud? ¿Que no todos habían tenido la suerte de tener unas dotes y un temperamento tan fuerte y voluntarista como el suyo? Quizás.

       También se puede apreciar en él una actitud que mira más lejos; “Le pregunté un día al Padre Querbes, cuenta el padre Gonnet, por qué guardaba en comunidad a sujetos cuya conducta dejaba mucho que desear y que hubiera debido expulsar. Me respondió: “Si los expulso, son almas perdidas, si los  conservamos aquí puede ser que se conviertan. No hay que romper la caña cascada, ni apagar la mecha que aún humea” ¿Cómo se puede decir que se ama a Dios, a quien no se ve, si no se ama al prójimo a quien se ve?  (Cf. 1 Jn. 4, 20). ¿Cómo se puede esperar mucho de la Providencia de Dios, si no se espera nada del Hermano? Esperar, tener paciencia, acompañar, perdonar, es creer que después de la separación o de la falta no está todo terminado, es creer en otras mañanas de Pascua.

     La caridad. Hoy la palabra “celo” se ha cargado de connotaciones a veces peyorativas. Si tuviéramos que actualizar la expresión empleada por el Padre Querbes “un celo ardiente y desinteresado”, hoy diríamos “un amor activo”, “una caridad viva, fuerte, completa.” Durante su vida Luis Querbes dio múltiples pruebas de este celo que él esperaba de los catequistas. La sensibilidad ante las necesidades de los más pequeños, la urgencia en actuar, el tiempo dado sin reservas, lo manifiestan  ampliamente. Quizá esta prisa le llevó a cometer errores: aquellas peticiones a las que responde demasiado rápidamente, esos establecimientos fundados sin garantías suficientes, la falta de seguimiento metódico de ciertos negocios, le condujeron a fracasos dolorosos de personas y de obras.

Razonablemente hubiera sido preferible una mayor prudencia. Su temperamento y las urgencias que percibía le condujeron a otras soluciones. Miguel Sudres, el noveno superior general de la Congregación, hablando del Fundador explica: “La  prudencia es una virtud, la imprudencia no lo es. Pero la fe, la confianza y el amor, tienen a menudo un comportamiento que parece imprudente. ¿Cómo progresará el Reino de Dios si no hubiera locos?”. En efecto, en un cambio de perspectiva, las vías del Señor van a veces contra las de la sabiduría de los hombres: Lo que es locura de Dios es más sabio que los hombres (1 Cor. 1, 25). Si el Padre Querbes no hubiera tenido esta audacia, esta prisa y este celo ardiente, muchas obras no se hubieran fundado y la Congregación no habría nacido.

Este amor de Dios que impulsa a Luis Querbes a amar a sus Hermanos, este amor a los Hermanos, que le hace retornar a Dios, se enraíza en la adoración. En el Comentario de los estatutos, dice a propósito de la oración: “La meditación ocupa el espíritu con la consideración de las verdades santas, la oración impregna el corazón, el examen de conciencia y sobre todo el examen particular muestra la aplicación a nuestra conducta habitual, el sentimiento de la presencia divina, la visita del Santísimo Sacramento y las jaculatorias frecuentes, mantienen la unión de nuestra alma con Dios y nos predisponen a hacerla cada vez más íntima en la oración. Los que se creen menos capaces son también capaces cuando quieren, porque al Señor le gusta comunicarse a las almas sencillas”. Un poco más adelante, añade: “Por el santo ejercicio de la presencia de Dios el Clérigo de San Viator animará y vivificará su fe que penetrará y dirigirá todos sus pensamientos y todos sus deseos, todas sus palabras y todas sus conversaciones, todas sus acciones y todas sus empresas”.

Hombres sensibles a una presencia, con el corazón atento, así desea que sean los Catequistas, así quiere vivirlo él. Y vive esta disponibilidad interior, esta obediencia que recomienda a sus  Hermanos en el sentido más pleno del término. En el esquema de un retiro que predicó se destacan dos líneas: “ No apetecer más que la voluntad de Dios... no servir más que de instrumento a la acción de Dios”. La maduración que se ha efectuado en él durante toda su vida, le ha conducido a una especie de abandono amoroso en la voluntad de Dios: “Sí, debemos ser santos, escribe el Padre Faure, y yo especialmente. Más que nunca siento que Dios me pide todos los sacrificios. Gracias a su bondad no experimento repugnancia por  ninguno” (28 de enero de 1840). En el comentario de los estatutos, el párrafo dedicado a la obediencia  concluye con estas palabras: “Nunca pedir nada, jamás rehusar nada, éste es el holocausto más agradable que se pueda ofrecer a Dios”. Por encima de las palabras empleadas, que son de otro tiempo, se perfila la actitud fundamental de quien es sencillo ante Dios, la actitud descrita en un himno del actual oficio que dice: “Sólo el pobre puede acogerte, con un corazón ardientemente atento y los ojos vueltos a tu luz”.

            Las “almas sencillas” siguen caminos “ordinarios” y no senderos inseguros. Es inútil buscar en él una mística etérea. Su vida espiritual está anclada en las rocas que fundamentan y nutren toda la vida cristiana.

            La Palabra de Dios. “La lectura es el alimento del espíritu; en la oración somos nosotros quienes hablamos a Dios, en la lectura espiritual  Dios nos habla y nos da de qué hablar con Él al orar” (Comentario de los estatutos). Puede ser que hoy no se harían estas distinciones, pero conviene subrayar su preocupación por ir a las fuentes. Ha inventado la Leyenda para los catequistas, ese oficio que se inicia con una página de la Biblia. “Recomienda, para hacerla es necesario llevar al más alto grado la atención y el respeto. San Carlos Borromeo leía la Escritura de rodillas, como si estuviese escuchando a Dios que le hablaba desde el monte Sinaí, en medio de rayos y truenos. Así pues, tratad de comprender lo que estáis leyendo, de aplicároslo, de examinar de buena Fe si practicáis lo que tenéis ante los ojos y pedir al Señor el valor y la fuerza para conformar a ello vuestra  conducta”.

            La Eucaristía. Los catequistas “tratarán de hacerse dignos de comulgar,  con autorización de sus confesores, los domingos y jueves, así como en todas las fiestas solemnes sean o no de precepto (Comentario de los estatutos) A primera vista la recomendación puede parecer banal, pero en aquella época marcada por fuertes vestigios  de rigorismo jansenista, era recomendar lo que más tarde se llamará la comunión frecuente”. También se invita a los catequistas a visitar a menudo al Santísimo Sacramento, sea en la visita de regla o en visitas de devoción: “No entréis en clase, ni salgáis de ella sin visitar, si es posible, al Santísimo Sacramento” (Directorio). Además, explica con todo lujo de detalles la actitud que deben tener los que están encargados de la sacristía y de las ceremonias litúrgicas o la actitud que debe tener el que debe ayudar a misa: “La fe viva, la religión ilustrada, la devoción profunda al Santísimo Sacramento les pondrán al abrigo de una familiaridad sacrílega con las cosas santas” (Comentario de los estatutos).

         La Iglesia. Hemos tenido ocasión de ver repetidas veces a Luis Querbes llevado de un profundo sentido eclesial que sobrepasa de lejos la adhesión a una persona o una preocupación táctica. Uno de los objetivos principales de la fundación era el de responder a las necesidades más urgentes de las pequeñas parroquias, establecer una colaboración estrecha con los sacerdotes bajo la dependencia del Obispo, algo que hoy llamaríamos participar en la “pastoral de conjunto”. El título del Catequista es explícito: “Clérigo parroquial”. En sus relaciones con el arzobispo de Lyón, por muchas tensiones que hubiera, peleó por sus objetivos hasta el último cuarto de hora, que siempre cedía al Arzobispo. Deja a sus Hermanos en manos de los Obispos de San Luis, de Agra, de Montreal, de Rodez... con toda confianza. En Roma busca, sin duda, confirmar su idea primera por el Papa, pero se adhiere “a la fuerza y a la vida” que sale de la aprobación. En un tiempo en que todavía quedaban algunos residuos de galicanismo, pide al Clérigo de San Viator que “adhiera invariablemente y desde el fondo de su alma a la Santa Iglesia y al Vicario de Jesucristo” (Comentario de los estatutos).

            La Virgen María. Para Luis Querbes, como para muchos otros fundadores y fundadoras, el amor de Dios también pasa y se manifiesta por esta mediación. Durante toda su vida dejó a la piedad mariana el espacio que le correspondía. Adolescente o seminarista, Luis Querbes subía frecuentemente a Fourviere, el santuario mariano de Lyón. De vez en cuando, Guido María Deplace le pide que rece por él. Una tradición sugiere que siendo joven vicario de San Nicecio introdujo la práctica del mes de María en la escuela clerical. Unas semanas después de su llegada a Vourles, el párroco creó la primera cofradía, la del Rosario. Los religiosos que parten para el  extranjero pasan todos por Fourviere. En 1838, cuando  su personal es todavía reducido, he aquí que le piden Hermanos para la sacristía de Fourviere. “Podemos contar con la protección de la Santísima Virgen si tenemos buenos representantes en Fourviere” (20de febrero de 1838). Y envía tres religiosos, entre ellos a Luis Fraigne que hubiera podido ocupar un buen puesto en otra parte.

            El sello de la Sociedad lleva una divisa, Sinite parvulos venire ad me. (Dejad que los niños se acerquen a mí). Pero el Fundador ha utilizado poco este tema. En cambio, emplea a menudo una expresión muy corta, en latín o en francés: Adoretur, ametur Jesus. Adorado, amado sea Jesús.  A veces escribe solamente las tres letras de la expresión en latín, AAJ. Esta especie de divisa, este “slogan” concreto, impactante, resume todo su proceso en una especie de síntesis de su vida espiritual y de su vida apostólica. La contemplación y la acción. La adoración y el amor. El amor a Dios y el amor al prójimo. Describe este doble impulso que señala al discípulo de Cristo: un amor de Dios que va hasta el más pequeño de los Hermanos de Jesús (Cf. Mt. 10, 40-42). Un amor hacia el más pequeño que nos hace volver al Padre (1 Jn. 3). El uno no puede ir sin el otro. Luis Querbes vivió para adorar y amar a Jesús. ¡No es el único! ¡Desde hace 2000 años muchos cristianos han intentado e intentan hacerlo! Lo que resulta un poco original es resumir esta aspiración en una fórmula tan neta, tan clara y tan completa. Y no solamente resumirla, sino vivirla verdaderamente.


2.3  Preguntas personales :

1) Describe tus propios rasgos de personalidad

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2) ¿ Cómo reaccionas ante las necesidades de los demás ?

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3) ¿ Cómo evaluarías tu relación con Dios ?

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4)  ¿ Cómo  demuestras tu amor a la Iglesia?

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5) ¿ Te das el tiempo para "adorar" al Señor ?

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6) ¿ En qué se traduce tu devoción a María ?

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2.4  Complementación doctrinal.

            LOS JÓVENES

            Los primeros catequistas que se adhirieron a la Sociedad fueron maestros que ejercían, en algunos casos desde hacía mucho tiempo (Liauthaud, Robin, Pierry, Parris.) Los jóvenes que iban viniendo fueron formados en Vourles y enviados para encargarse de las escuelas. Los catequistas debían tener una profesión para vivir: en Francia, la catequesis jamás ha hecho rico a quien la da. Era necesario también buscar, recoger a los niños allí donde estaban, en la escuela. El P. Querbes se apoya en el medio cultural que está en plena expansión en su época: abre escuelas, trata con el ministerio de Instrucción Pública, publica manuales escolares, escribe un manual de pedagogía ( el Directorio). Desea que los catequistas sean buenos profesionales pero también que no olviden lo esencial: "Aunque la Doctrina cristiana sea el objeto principal de la instrucción dada en nuestras escuelas, y que ella debe dominar y penetrar todas las partes de la enseñanza, éstas, a pesar del rango secundario que ocupan en ella, no deben ser jamás descuidadas".

            Hoy, mañana. ¿habrá perdido su valor el contacto con los jóvenes? Sin duda, ir hacia ellos resulta fastidioso y a veces desestabiliza las certezas de los adultos. Pero los jóvenes ¿ no tienen siempre necesidad de que se les ayude a insertarse profesionalmente y socialmente? ¿ Han abandonado sus deseos de relaciones verdaderas, de una escucha, de una palabra que les haga crecer y que les remueve? ¿No están buscando un sentido a sus vidas? ¿ cómo no apuntarse a esta convicción de Bruno Hébert: "La educación es el oficio más hermoso del mundo, es de una importancia primordial en una sociedad y el marco más sofisticado no reemplazará jamás la competencia de un verdadero maestro."

                        (Robert Bonnafous. El Carisma de Luis Querbes)


3.      TRABAJO GRUPAL.

-  Oración de comienzo.

-  Dinámica si procede.

-  Puesta en común de las respuestas dadas.

-  Oración final. ( dar gracias, alabar, pedir.)

4.    EVALUACIÓN


1.- Enumera algunos rasgos físicos del P. Querbes.

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2.- Enumera algunos rasgos espirituales de nuestro Fundador.

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3.-¿ Cuál es la divisa de la Congregación?

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4.- ¿ Qué significa para el Fundador "adorado y amado sea Jesús"?

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[1] NDT la casa de la sede de la congregación de la Cruz de Jesús de la que procedía Jaime Damoisel.