viernes, 13 de noviembre de 2015

CAMINANDO CON LUIS QUERBES 8

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ACOGER A LOS PRIMEROS  CATEQUISTAS .

1. OBJETIVOS


            - Conocer el desarrollo de la Sociedad.
            - Valorar las virtudes del P. Querbes como "Padre" de la Sociedad.
            - Conocer otros desafíos del P. Querbes.
            - Conocer las estructuras iniciales de la Sociedad.
            - Conocer las razones por las que pide aprobación de la Santa Sede.

2.  TRABAJO PERSONAL

            2.1 ORACIÓN:

            Lee con atención el siguiente texto y luego de un silencio di la oración que se encuentra a continuación.
            " Trabajar sin descanso para formarse en las virtudes de religión y en las propias de su estado, debe ser la primera preocupación de los asociados. Si en la enseñanza de la verdad se logra éxito, éste dependerá solamente de una profunda convicción de que se da la mano con la práctica del bien; los trabajos y esfuerzos que hay que imponerse se hacen insoportables si no hay paz en el corazón, y la garantía única de esta paz es la conciencia pura."

                                                                P. Querbes. Estatutos 1829
           
OREMOS:

            ¡Oh, Señor Jesucristo!, - Acordándome del celo ardiente y desinteresado del P. Luis Querbes en la educación de la juventud y en el servicio del santo altar,- te suplico humildemente aceleres la hora de su glorificación en la tierra.- otorgándome los favores que te pido por su intercesión. Dígnate, Señor, multiplicar las vocaciones religiosas y sacerdotales -  y concédeme la gracia de vivir y morir en tu amor.

            Santísima Virgen María, Santos Ángeles Custodios, bienaventurado San Viator.- en memoria de la gloria que os procuró el P. Luis Querbes,- os suplico me alcancéis el favor que especialmente imploro de la Divina Bondad. Amén.


            2.2  Lee atentamente el siguiente documento.

Ten presente y subraya las frases textuales del P.Querbes.

            1833-1837. LAS PREOCUPACIONES ORDINARIAS

            A partir de aquel día de enero de 1829 en que se presentó la primera petición de autorización, el Padre Querbes debió trabajar mucho. Sin abandonar su función de párroco, redactó las versiones sucesivas de los estatutos, las puso en limpio y las defendió. Encontró tiempo para comprar una casa, componer el Directorio, publicar el A B C de las pequeñas escuelas y, para complacer al Padre Augustin, capellán de las religiosas trapenses de Vaise, cerca de Lyon, escribió y publicó la vida del restaurador de esta orden en Francia, Dom Agustín de Lestrange. También comenzó el ceremonial de la recepción de los Catequistas. El texto sería aprobado en 1834.

            “No debe haber un instante perdido o mal empleado en la jornada del catequista”, escribirá más tarde (1855). Pero su salud se resintió. En diciembre de 1832 se vio obligado a detenerse. Pedro Liauthaud, que le vio entonces, se sorprendió al verle desmejorado y aire de sufrimiento. Por su parte, el Sr. Cattet le escribía: “ahorre su salud, querido párroco, y no se exceda imprudentemente en el trabajo”. Unos días más tarde, le envía un sacerdote para “prestarle ayuda provisional y para que usted pueda ausentarse y descansar durante algunas semanas”. A todos estos problemas se añadió el duelo por sus padres: su padre falleció el 26 de diciembre de 1829, y después su madre, el 24 de febrero de 1831.

            Pero la vida continúa y la Sociedad, con su regla nuevamente aprobada, exige toda su atención. Se dio a conocer al clero por medio de varias circulares. Se le pedían Catequistas y se presentaban candidatos. Desde 1831 hasta fines de 1837, pasan por Vourles unas 80 personas: Catequistas, novicios, postulantes, “gente que viene a observar”. Adultos o jóvenes, a veces muy jóvenes. Todos no se comprometieron ni todos los que lo hicieron perseveraron en la Sociedad. Pero esto testifica que Vourles, y lo que hacían allí, ejercía una poderosa atención. Entre estas dos fechas los Catequistas fueron enviados a 18 parroquias, principalmente de la diócesis de Lyon.

            Quedaba siempre pendiente el problema económico. A finales del año 1831, de acuerdo con el Sr. Cholleton, el cura de Vourles puso en funcionamiento “la obra de caridad San Viator” para recoger fondos.

            Los fondos eran más necesarios que nunca, pues el proyecto de adquirir una
nueva casa para la formación de los postulantes iba tomando cuerpo. Por mediación del Sr. Cholleton, el Padre Querbes pudo comprar en 1835 un edificio en las montañas de Forez, el castillo del Poyet, a unos quince kilómetros de Montbrison (Loira). El Poyet llevaba el título de castillo, pero no era precisamente Versailles. El Padre Querbes acompañó allí, personalmente, al primer contingente de moradores, en febrero de 1836. Era necesario trabajar mucho para hacer habitables sus locales. Se quedó allí, luego volvió a Vourles para las fiestas de Pascua. El Señor Favre fue a reemplazarle.

            Poco a poco se iba organizando la Sociedad. La mayor parte de los Catequistas eran enviados solos a las pequeñas parroquias, pero no siempre era fácil la vida cuando habitaban en la casa del párroco.

            Todos se reunían en Vourles del 21 de septiembre al 21 de octubre, para participar allí en el retiro anual y en un curso de formación, que para algunos era necesario.

            Vicente Pater en el elogio fúnebre que hará de su amigo Luis Querbes, recordará estos años difíciles: en su esquema, hablando de los comienzos de la Sociedad, anota : “ su débil comienzo, sus dificultades, asociados escandalosos, oposición de los que debían apoyarle, ningún recurso financiero”. El Padre Querbes lo reconoce: “nos vimos obligados, más de una vez, a mandar a casa sujetos recibidos apresuradamente y a retirar algunos de ciertos puestos” (10 de febrero de 1839).

            Por fortuna también tenían a Pedro Liauthaud, Juan Jaime Mermet, Claudio Robin, Juan Pedro Blein, Antonio Thibaudier, Luis Fraigne y otros cuya conducta era intachable y en los que la abnegación por la Sociedad y la causa que habían adoptado no tenía límites. Pero éstos metían poco ruido, mientras que a los otros se les oía demasiado.

1836. LA CRISIS

            Se les oía incluso hasta en el arzobispado, pues por medio de una nota escueta del Sr. Cattet pidió cuentas de ello al Padre Querbes y le dijo que tenía que elegir para los Catequistas un hábito distinto al de la sotana, “otro hábito más propio para su estado, por su modestia, y que no comprometa nuestro santo hábito” (23 de noviembre de 1836). Según los estatutos aprobados, los Catequistas llevaban “la levita negra con el alzacuello blanco”. Los que habían recibido del Obispo “el permiso de realizar las funciones de clérigos parroquiales o sacristanes, (llevaban) el hábito eclesiástico con el pequeño alzacuello blanco en lugar de la golilla”. El hecho de que la autoridad episcopal se entrometiera en un punto anteriormente aprobado ¿no suponía el riesgo de verla inmiscuirse un día en algún asunto más fundamental que el hábito?

            El Padre Querbes respondió inmediatamente con una carta en que se evidencia la emoción contenida. Recuerda, en primer lugar, el hábito que los Catequistas tienen autorización de llevar y por qué : “Esta decisión está perfectamente de acuerdo con el espíritu de la Iglesia. Enseñar la doctrina cristiana y servir al santo altar son funciones totalmente eclesiásticas”. Luego, utilizando la expresión empleada por el Sr. Cattet, da unas indicaciones acerca de siete “individuos” que han abandonado la Sociedad o que van a abandonarla. Se permite una advertencia en buena lid: ¿habría que “despojar a todos los sacerdotes de su hábito porque el Sr. Giraud no lo ha honrado?”. El “miserable Giraud”, como sigue diciendo el Padre Querbes, era uno de sus coadjutores, juerguista desconsiderado, de quien tuvo que quejarse. ¿Se puede cambiar impunemente una disposición de un texto aprobado sin provocar malestar? “ ¿qué idea se formarían (los clérigos) de la estabilidad de nuestra Institución si, de repente, de un plumazo y sin dar ninguna explicación, hubiera que borrar uno de los artículos considerados esenciales en los reglamentos de una sociedad religiosa?.

Y acaba subrayando la cuestión y recordando una vez más su postura y la de la mayor parte de los Catequistas: “Finalmente, Señor Vicario general, si el Consejo de Monseñor no nos es favorable, cosa que deduzco claramente, en la medida que me proporciona el honor de recibir su carta,  mientras que el Sr. Cholleton, encargado de dirigirnos, no me ha dicho una palabra sobre su contenido, si no se nos quiere juzgar por nuestras obras, sino por algunos informes que nos sería fácil reducir a su propio valor rompiendo el silencio que voluntariamente nos hemos impuesto sobre ellos, si nuestro destino es sufrir unas medidas lamentables, yo le aseguro de antemano nuestra obediencia en nombre de la Sociedad(...) Puedo responder de la abnegación de un gran número de clérigos. Su Ilustrísima nos puede echar por tierra de un plumazo. Nos levantaremos con un saco al hombro y guiados por la Providencia iremos en busca de nuevas pruebas.

            Él protesta de su fidelidad, pero la disposición tomada por el Consejo le ha herido. Esta decisión hiere también a los Catequistas. A partir del 3 de diciembre, el sacerdote Carlos Faure escribe: “Usted ha recibido del arzobispado la decisión por la cual nuestros clérigos no podrán llevar en adelante el hábito eclesiástico. Cuando el Sr. Cholleton me lo dijo me sentí muy incómodo, sobre todo pensando en la pena que usted tendría. La decisión fue tomada en un momento en que el Sr. Cholleton se encontraba ausente del consejo; de lo contrario, habría protestado”. Pedro Liauthaud  es más categórico: “yo no sabía que el Sr. Cattet había llegado al punto de exigir la supresión la sotana a nuestra Sociedad. Jamás hubiera creído al Arzobispo de Lyón tan inconsecuente como se ha mostrado respecto a nosotros. Hoy aprueba y mañana desaprueba. ¿Cómo podemos fiarnos de la aprobación que ha hecho de nuestros estatutos? El día menos pensado el Señor Cattet va a pedir al Consejo episcopal la suspensión. ¡Pues estamos arreglados con este Monseñor! ¿No sabe que varios de nosotros ya hemos hecho votos perpetuos bajo el hábito eclesiástico y que suprimiendo este hábito se suprimen, en cierto modo, unos votos que, yo no lo dudo, han sido agradables a Dios?” (13 de abril de 1837).

            Unos meses más tarde, el Padre Querbes deshogaba su pena en una carta a Carlos Faure: “ Las contrariedades amargas suceden. No nos conceden un sacerdote abnegado. Sin embargo necesitamos uno. Me temo que, las ideas desfavorables que se han extendido sobre nuestra obra y sobre el que la dirige, no nos ayuden mucho. Monseñor decía en una reunión no hace mucho tiempo: “Los Hermanos del Sr. Querbes no son de fiar” Se le podría responder: “Los sacerdotes que su Excelencia me ha enviado lo son menos todavía” (16 de mayo de 1837).

            Monseñor de Pins habla de los “Hermanos del Señor Querbes”. Los Catequistas sobre los que se había reclamado ante el arzobispado no eran religiosos. Quizá radica aquí la ambigüedad “por ser la Sociedad de los Catequistas a la vez una asociación piadosa y una congregación religiosa”, como lo precisa el artículo 7 de los estatutos. ¿No consideraba el Consejo episcopal a los Catequistas, sobre todo, como religiosos? En cambio, para el Padre Querbes, ¿ no se habían quedado en los seglares que él había imaginado? Como el registro de entradas se comenzó o se volvió a escribir en 1837 y allí no constan los que habían abandonado la Sociedad hasta esta fecha; es difícil saber de una manera precisa, quién ha sido Catequista, la fecha de su entrada y su estatuto (si era religioso o seglar) en los primeros años de la Sociedad. Parece que en 1837 ya no había seglares en la Sociedad y que la Hermandad había dejado de existir de hecho.

            La reunión anual de 1837 permite la celebración del primer Consejo de la Sociedad (entonces se decía discretorio). Reunió alrededor del director, a los formadores (Faure y Mermet) y a los Catequistas, que con el título de “mayores” formaban parte del cuerpo dirigente (Favre, Liauthaud y Robin). El Consejo reclamó diversos puntos: los estudios, las condiciones de apertura de nuevos establecimientos. También precisó algunos detalles del hábito: los Catequistas comprometidos temporalmente llevarían la levita, los definitivamente comprometidos llevarían una sotana modificada, que permitía distinguirlos de los eclesiásticos. Tres días más tarde, los nuevos Catequistas admitidos en la Sociedad pronunciaron votos condicionales, sin que se sepa exactamente cuáles eran las condiciones. Este 21 de octubre de 1837, la Sociedad tenía ya 22 ó 23 miembros.

            Había surgido otra dificultad: los Catequistas emitían un voto o una promesa al “Sr. Arzobispo de Lyón” y dependían de él. Pero algunos, enviados a Coligny (diócesis de Belley), a Saint-Victor de Morestel (Grenoble) o a Saint-Sulpice (Nevers) dependía de otros Obispos. ¿No se corría el riesgo de que éstos quisieran también introducir en los estatutos condiciones y obligaciones propias de su diócesis? Se sabía que Monseñor Devie (de Belley) no quería una congregación que dependiera de otra autoridad que la suya. Esto era un freno para la expansión de la Sociedad y un riesgo para su unidad.

            Cuando en 1839 recuerda la historia reciente de la fundación, el Padre Querbes indica al hablar de la crisis de noviembre de 1836: “fue entonces cuando el Fundador de los Clérigos de San Viator tomó la decisión de pedir a la Santa Sede Apostólica la aprobación de los estatutos de la Sociedad para protegerlos de todo cambio”.


            2.3  PREGUNTAS PERSONALES

1. ¿ Participas en alguna comunidad cristiana? Escribe algunos objetivos de ella.

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2. ¿ Estás comprometido en tu comunidad en algún servicio social? ¿Cuál?

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3. ¿ Qué dificultades experimentas al compartir tu vida en comunidad?

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4. Escribe algunos desafíos que se te presentan para vivir en comunidad.

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5. ¿ En qué ves que has crecido junto a tu comunidad ?

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2.4  COMPLEMENTACIÓN  DOCTRINAL

            SAN VIATOR

            San Viator fue lector de la Iglesia de Lyon y discípulo y compañero del Obispo Justo. Vivió a finales del siglo IV y murió hacia el año 390. Es imposible establecer la fecha de su nacimiento.

            Lo poco que se conoce de la vida de San Viator está íntimamente ligado a la vida de su obispo, quien nació en Vivarais y llegó a ser diácono de la Iglesia de Viena del Delfinado. Poco después del 343, Justo fue elegido para suceder al obispo Verissimus como obispo de Lyon. Un biógrafo contemporáneo nos lo presenta como un hombre apacible y bondadoso. Dos cartas dirigidas a él por San Ambrosio dejan entrever que era un hombre respetado por su ciencia. En 374 el Obispo Justo asistió al concilio de Aquilea, como uno de los dos representantes de los obispos de las Galias.

            Poco después de su regreso del concilio de Aquilea, el Obispo Justo confió a Viator su intención de abandonar la sede de Lyon con el fin de entregarse a la vida ascética en el desierto de Escete, en Egipto. Parece que esta decisión fue motivada por diversos factores: su carácter, ya que era un hombre bondadoso, estudioso y contemplativo; su edad, pues había sido obispo durante muchos años y según parece pasaba de los sesenta; y por un nefasto suceso que había ocurrido en Lyon poco tiempo antes.

            Un loco irrumpió en la plaza del mercado de la ciudad, blandiendo una espada e hiriendo y matando a varios ciudadanos. A continuación se refugió en la catedral y reclamó el derecho de asilo del santuario. Una muchedumbre alborotada se congregó en torno a la Iglesia, ubicada entonces en el actual emplazamiento de la Iglesia de san Nicecio. Intervino el Obispo Justo. Mantuvo a raya al populacho, pero al fin cediendo a la presión de su violencia, accedió a entregar al hombre en manos de los magistrados para que fuera sometido a juicio legal. Una vez hecho esto, el populacho lo arrebató de manos de los guardias y lo mató en el mismo sitio.

El obispo imaginó que no había tomado las medidas oportunas para proteger al asesino y, por tanto, se consideraba mancillado con la sangre del pobre hombre, e indigno de continuar al frente de la comunidad cristiana en la celebración de los misterios pascuales, y en consecuencia debía entregarse a la vida de penitencia por el resto de sus días.

            Según parece, antes de finalizar el año 381, el Obispo Justo salió secretamente de Lyon para Marsella, donde embarcaría para Alejandría, en Egipto. Viator, conocedor de sus intenciones, decidió seguir a su obispo y maestro. Se incorporó a su obispo en Marsella y juntos embarcaron para Egipto.

            Una vez en Egipto, pidieron el ingreso en la comunidad de monjes de Escete, a unos 60 u 80 Km. al sur de Alejandría, al otro lado de las montañas de Nitria, en el desierto libio. Por aquel tiempo, el superior o Abad de esta comunidad era San Macario de Egipto (o el Mayor +390), discípulo de unos de los fundadores del monaquismo en Egipto, san Antonio (+356). Macario tenía una gran reputación por su elevada santidad y austero ascetismo. La mayoría de los monjes vivían en celdas, unas excavadas en la tierra, otras construidas de piedras, fuera del alcance de la vista unas de otras. Se reunían solamente los sábados y domingos para la celebración litúrgica. Se sustentaban del trabajo de sus manos, conformándose con una comida escasa y pobre. El ayuno, la oración, el silencio y las vigilias nocturnas caracterizaban sus vidas.

            Parece que el Obispo Justo y su lector no revelaron su identidad a la comunidad a la que se incorporaron. Sin embargo, algunos años después de su llegada, un peregrino de Lyon los reconoció y los instó a regresar con él. Según parece, a su vuelta a  Lyon, el peregrino dio cuenta de ello a la Iglesia local, y a que poco tiempo después, un sacerdote de Lyon, Antíoco, que más tarde sería obispo de Lyon, fue enviado con el propósito de persuadir a los dos varones para que regresaran a su diócesis. Sus esfuerzos fracasaron.

            Según la tradición, el Obispo Justo falleció poco tiempo después de la visita de Antíoco, probablemente hacia el año 390, y san Viator murió al poco tiempo. La causa de estas muertes es desconocida. Quizá en el caso del obispo Justo, fue debido simplemente a su edad. La muerte de Viator sobrevino poco después. Tal vez no pudo resistir el dolor por la ausencia de su obispo amigo, los rigores de la vida del desierto, o pudo ser víctima de alguna de esas enfermedades, que periódicamente alcanzaban proporciones epidémicas en las comunidades monásticas. Una de estas epidemias acabó prácticamente con la comunidad monástica de Pacomio en 349 en la Tebaida.

            Tan pronto como llegó a Lyon la noticia de su muerte, se hicieron las diligencias oportunas para traer los cuerpos de los dos santos varones a Lyon. Entonces la vida monástica era venerada como una forma de martirio, y los restos mortales de los santos monjes fueron traídos a Lyon poco antes de terminar el siglo, probablemente en 399. Según una tradición bien fundada, los cuerpos de los santos llegaron a la ciudad el 4 de agosto, siendo colocados en la catedral, o quizá en la nueva iglesia de los Macabeos, fuera de los muros de la ciudad. El 2 de septiembre fueron trasladados solemnemente a la iglesia de los Macabeos, a cuyo título se añadió pronto el nombre de San Justo.


3.  TRABAJO GRUPAL

- Oración de comienzo.

-  Dinámica si procede

-  Puesta en común de las respuestas al trabajo personal y lo leído sobre la vida de  San Viator.

-  Oración final. (Dar gracias, pedir perdón, pedir ayuda.)



4.  EVALUACIÓN

1. Escribe algunos nombres de obras escritas por el P. Querbes.

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2. ¿ Que sacerdote le reemplazó en una oportunidad al P. Querbes y luego llegó a ser obispo?

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3.-¿ En qué consistió la crisis de 1836?

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4.- De la vida de san Viator describe algunas de sus cualidades

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